Pregón de Navidad 1991
Mª CRISTINA FRUCTUOSO RUIZ DE ERENCHUN
“Sobrán sitios para mi belén”

 

En la noche del 17 de diciembre de 1992, un año más, la Iglesia del Carmen estaba dispuesta para el anuncio de la Navidad a los vitorianos y vitorianas, en esta ocasión a cargo de la muy conocida Cristina Fructuoso.
Enfermera de carrera, sin embargo desarrolló su larga vida laboral siendo voz escuchada en multitud de programas radiofónicos. A esta tarea ha unido su labor investigadora y divulgadora de la vida de vitorianas ilustres.

 


Estamos en Adviento, preludio de la época mágica del año: nos acercamos a la Navidad.

Buenas tardes amigos todos. Asociación de Belenistas de Álava, gracias por confiarme el traer hasta todos ustedes el Pregón de la Navidad vitoriana y gracias a la Comunidad de Carmelitas de la ciudad que con amor y dedicación acogen todo lo que se refiera a ella, especialmente presentando su buen hacer en el Nacimiento que pronto podremos ver, y tantos y tantos otros como estarán en el Claustro y pronto serán admiración de todos.

El acto de esta tarde tiene varios apartados, todos ellos expresivos de la gran idea central, la Navidad, la Navidad religiosa.

Yo estaba ya impaciente, y me nombro la primera sólo por seguir el programa, impaciente digo, para que mis palabras sirvan para conocer cómo otros hermanos y vecinos viven la Navidad en diversos lugares del mundo.

Lo más importante para muchos, para toda la gente menuda, será encontrar el reconocimiento al esfuerzo puesto en participar en el IV Concurso escolar de Manualidades Navideñas. Cuánta ilusión puesta en vuestro trabajo, que más que de aficionados es de veteranos belenistas. ¡Ah!. ¿Sabéis una cosa?. Todas estas personas grandes, serias, importantes, empezaron con su amor al Belén, casi casi igual que vosotros, creando figuras, coloreándolas, recortándolas y vistiéndolas, pero vosotros además, muchos, vais a tener premio.

Luego vendrá el reconocimiento a una bonita labor que caracteriza a nuestra ciudad y a nuestro Parque de la Florida en Navidades, el Belén Monumental. La ilusión de unos hombres niños, hace años, que ha llegado a ser una tradición gozosa.

Luego el recital de Villancicos por el Coro Cantilena, y es que no hay Navidades sin cantos, no hay Belén sin villancicos y seguro que nos van a entusiasmar con lo bien que lo hacen.

Después será la inauguración del Nacimiento, aqui, en este lado de la Iglesia, y vuelven a aparecer los hombres niños, preparándolo para todos. ¿Saben?, más de uno y más de dos, reservan días de vacaciones para “jugar” en esto que para ellos es tan querido.

Y más Belenes en el Claustro, como si todo, Iglesia y Convento fuera un gran Belén para que el Niño Dios se sienta cómodo al venir a la tierra. Todos se esmeran en la labor creativa.

Aunque estemos en el final del anual calendario, estamos en el comienzo de los Misterios del Señor, el más sencillo, el más ingenuo, y también el más importante por ello mismo.

Han sido muchas las ideas que he barajado, ya que la Navidad es inspiradora de dulces y tiernos afectos. El corazón se esponja y se hace más grande para vivir lo que estos días representan, y para expresar los sentimientos que inspira un Nacimiento. Pero vamos a situarnos en algo concreto, yo también quiero preparar mi Belén.

Y quiero hacerlo de un modo especial. Quisiera, si fuera posible, hasta presentarme a un concurso, pero a un concurso especial, ya que el fallo lo tendría que dar el Niño Dios hecho Hombre, y no a mi, sino a quienes me van a ir prestando las figuras.

Lo primero que necesito es un sitio y como puedo elegir, selecciono el amplio mundo y a una parte de él, donde lo único que hay de sobra es el espacio. Sobra sitio para mi Belén en la India. Ya con el lugar, preciso luz para él, y por ello a partir de estos momentos vamos a pensar que estamos, no a 17 de Diciembre, sino en el 24.

Sí, 24 de Diciembre, justamente hace un año. Dos jóvenes vitorianas están muy lejos de su tierra. La atención sanitaria precisa, al sur de la India, más manos y más corazones de los que los nativos pueden aportar, y allí celebran la venida del Niño Dios. No se dejan dominar por la nostalgia y con el médico del poblado preparan una opípara cena; encuentran no sabe aún cómo, un bote de alubias, alguna fruta… que van consumiendo entre conversaciones que más son pensamientos en voz alta, cantos apropiados a la fiesta, recuerdos familiares y la necesidad final de pasear a la escasa luz de la luna. Salen, se alejan del poblado y ¡oh maravilla! sus ojos se fijan en una amplia luz parpadeante que las hace pensar en la Luz que, haciéndose hombre, llega hasta nosotros.

Frente a la choza de mis dos amigas, trabajadoras voluntarias temporales en el tercer mundo, hay un árbol, árbol que esa noche se viste de luz. De luz que prestan multitud de luciérnagas. El silencio, la luz en medio de la gran oscuridad, marca de un modo especial la Navidad de 1991; ven más cercano el Misterio y se acrecientan para ellas los interrogantes sobre las grandes y absolutas necesidades de los más, junto al exceso de los otros.

El mejor Nacimiento de estas vitorianas estuvo el año pasado, en la India, sobre un árbol cargado de luminosas luciérnagas.

Sin querer y sin pensar, se me ha colado algo que no quiero ni mencionar en estos momentos, el árbol de Navidad por la significación ajena que tiene, pero es que este árbol indio, magníficamente iluminado junto a tan tremenda pobreza, decía a mis dos enfermeras que el cielo se habia abierto una vez más para que el Dios Niño, encontrara a su pueblo.

Ya tenemos el sitio elegido para el Nacimiento y también tenemos la estrella; mi gusto por la música presenta como imprescindible el villancico. Lo voy a recoger también en un 24 de Diciembre, de los cantos de un misionero que celebra esa fecha entre los montuvios, allá en una amplia zona de Los Ríos, en Ecuador; el oficiar la Misa del Gallo, le aleja de otros hombres y otros corazones reunidos, en la distancia de su tierra y su gente, por el compromiso con el que menos tiene; en su casa de madera un plato de sopa y una lata de sardinas le esperan; después, con su sola voz, los villancicos patrios llenan la cálida noche y le hacen vivir anticipadamente la venida del Niño a un corazón lleno de amor y soledad; luego, los devotos nativos en la Misa del Gallo, le vuelven a su realidad elegida…

Me van a permitir seguir un poco más en esta tierra americana. Muy cerquita de Quevedo, en Pichilingue, donde junto al calor, sólo tienen lluvias, las misioneras han instalado lo que podíamos definir como estancia de primeros auxilios sanitarios para el poblado; un 24 de Diciembre llueve tan copiosamente que es imposible el traslado hasta donde están los hermanos. Para ágape, solo encuentras mantequilla rancia, pan seco y … oración, que es interrumpida por cantos y saludos de los nativos que acuden a acompañarlas. Cantos y amistad que pasadas las horas les hacen dar gracias al Niño Dios, del calor y la lluvia, por haberlas permitido vivir esa Navidad con los montuvios y a mí me dan la oportunidad de poder apropiarme de ese pueblo que viendo luz, la luz de la candela misionera, se acercan a ella y, ya tengo a la gente, los vecinos, los pastores que van en busca del Señor, siguiendo el camino que les marca la estrella.

Dejemos estas Navidades, tremendas de calor y villancicos que hablan de nieve y frío, para sin volver a Vitoria llegar hasta otros alaveses que viven estas fechas con el recuerdo de la familia lejana que aquí queda, para encontrarse con esa otra que les presta el amor.

Vamos ahora a conocer Angola a través de las impresiones de otro misionero, quien después de muchos años de apostolado, no deja de asombrarse del amor que tienen los nativos por la Navidad. Para ellos la fiesta consiste en comer y beber. Si disponen de arroz y maluvo, savia de palmera fermentada y convertida en alcohol, ya están conformes aunque también necesitan estar reunidos. Y para ello no dudan en caminar días y días: 100, 125 kilómetros es normal para llegar a la Misión. Como dormitorios se les habilitan las escuelas y allí comen, cantan, ríen, hasta la hora del encuentro con el recién nacido. A esta celebración se une toda la gente, creyente o no creyente, que no saben qué hacer, cuando se les da a besar al Niño. Los cristianos viejos lo besan pero, ¿por qué no comer ese pedacito de madera en forma de niño?, piensan otros, y, el sacerdote, avispado, tiene que hablar de la diferencia y del respeto, de la realidad del trozo de madera tallado y de la significación del Dios hecho hombre. El veterano misionero dice, al principio estás sólo, pero “enseguida vas haciendo amistad y familia…” pero lo que a mí ahora me interesa es recuperar de esta escena las figuras de María y José que caminan leguas y leguas por malos caminos, llenos de incomodidades para llegar solos y despreciados hasta la gruta de Belén, donde, el momento apremia, debe nacer el Salvador del mundo.

Por nuestra parte tenemos casi todo para el Belén. Estrella, cantos, pastores y pueblo, María y José. Pero nos falta el Niño y vamos a ver si lo encontramos en algún sitio. Estará escondido porque imagina el desamor de los hombres?.

Vamos a seguir buscando en el amplio mundo misionero, llegando nuevamente a América, donde otras vitorianas, viven no una, sino muchas Navidades. Ellas han encontrado un pueblo religioso que vive y expresa la Navidad con risas, colores vivos, velas, flores y cantos.

La vieja Sofía con sus mejores galas organiza la comitiva que acompaña al Niño Jesús recién nacido, que baja de la Sierra por la colina al llano, para finalizar la fiesta junto a la Iglesia de Quevedo. El Niño en su cuna, está rodeado de las más bonitas flores, de colores vivos, de ricos aromas, muchas, muchas flores rodeándole, y vestido también con las mejores galas, (no conciben, no pueden permitir ver y pasear al Salvador desnudo) y por ello se esmeran en lazos, puntillas y pichias.

Los morenos no tendrán para comer, pero se ingenian en formar la comitiva con los disfraces más increíbles e ingenuos. Así, al son de los instrumentos, con cantos sencillos, bailes, llegan al llano a su iglesita, donde veneran a su Niño, dejando pasar las horas entre cantos y aguardiente.

Nuestras misioneras respetan su celebración y casi sin pensar se encuentran en la continuación a este momento tan especial. “Ya viene el Niñito riendo entre flores, y los pajaritos le cantan amores…”.

Pasada la Navidad, el retorno a la sierra se hace necesario y la comitiva vuelve a hacer el camino, aunque la vieja Sofía nos deja el Niño en su lecho de flores frescas y vestido con lo mejor que el amor de los morenos sabe poner al Niño, para tenerlo en mi Belén.

Llegando al final de mis palabras parece que sólo he mencionado sucesos y costumbres navideñas del otro lado de los mares, junto a las necesidades padecidas por nuestros misioneros, y que se agudizan en estas fechas, pero no, no quiero dejar esta impresión; todas las personas consultadas, trabajadores en cualquier parte de las Misiones Diocesanas, muestran agradecimiento a la vocación que les llevó a conocer otras Navidades con gentes y costumbres que les hicieron comprender lo amplio del amor con que fueron acogidos.

Al principio mencionaba los apartados del programa de esta tarde, aunque he dejado uno para el final y es la carta con matasellos y todo que, niña al fin, me gustaría escribir a los Reyes, a quienes pediría muchas cosas.

Para nosotros, por ejemplo, más comprensión, más amor, más interés por los hermanos, que el Niño de Belén no tenga que avergonzarse de nosotros, y para quienes van a pasar las Navidades lejos, por esa elección de amor, no echen de menos lo que aquí dejaron y se sientan acogidos, acogidos y hermanados, y canten villancicos que hablan de nieve y frío, en el calor de su nueva patria.

Y les seguiría pidiendo más y más a los Reyes, que encienda los corazones de todos con la luz del amor al Niño, que en cada persona haya un nido de amor que es igual a un Belén, y cada Belén tenga la luz y el calor necesarios para que el recién nacido no se sienta ajeno entre nosotros.

Ya tengo hasta el calor para mi Nacimiento, no el de la mula y el buey sino el de todos nosotros y otros muchos que elegirán para su hogar, para su vida, el amor al Niño de Nazaret.

Muchas ideas, pensamientos transcendentales, algo que llegará al corazón de todos y les invitará a vivir mejor la Navidad, se ha quedado en pobres palabras, y en ideas mal expresadas, pero dicho desde la emoción de la espera, del respeto a todos y del deseo de que sirvan para que su Navidad sea más importante, más familiar, más íntima, y que cada uno conserve su Belén todo el año, como el mejor y más querido.

Feliz Navidad.

Mª Cristina Fructuoso Ruiz de Erenchun
Navidades 1992